JAVIER ABAD CHISMOL, Reflexiones Religiosas: II Domingo del Tiempo Ordinario A:
MI DIOS ES MI FUERZA
La fortaleza del cristiano viene del Señor, no por nuestros
méritos y capacidades, sino que es el mismo Señor quien nos da el coraje y la
fuerza para seguir adelante en los avatares de la vida, somos criaturas suyas.
Desde nuestro nacimiento somos hijos queridos ya amados de Dios, y por lo tanto
nuestra existencia no es un absurdo, ni fruto de la casualidad ni del azar,
somos un proyecto amado por Dios que debe alcanzar la plenitud en esta vida
terrena.
Ser luz para las gentes, para todos los pueblos, ese es el
sentido de la misión del profeta, de la boca de Dios, alumbrar, ser luz para
las naciones, para que se camine como hijos de la luz y no de la tiniebla, esa
salvación debe llegar a todos los confines de la tierra, llevando el
significado real de salvación que es universal, porque Dios quiere que todos
los hombres se salven y alcancen la salvación, y ahí caben todos sin excepción.
Esa salvación va unida, como nos propone San Pablo, a la
llamada a la santidad, ser santos es asemejarse al Señor, es ser imitadores de
Cristo, seguir sus pasos, ser reflejos de la verdad, sus caminos y su mensaje,
es evidente que esto no va exento de dificultades, de crisis y de dudas, pero
recordemos de nuevo que nuestra fuerza
es el Señor, y por lo tanto de ahí viene nuestra posibilidad de santidad y
de salvación. La gracia y la paz, son dones del Señor, los cuales tenemos que
estar dispuestos a acogerlos y dejarnos llenar por esos dones gratuitos que nos
da el Padre, una paz que solo puede dar la verdad y que está llena de consuelo
y de esperanza.
Tenemos que reconocer a Cristo en nuestro caminar del día a
día, como Juan Bautista, que nada más ver al Maestro lo reconoció y afirmo con
rotundidad que era el Cordero de Dios, la entrega del Padre, que borra nuestros
pecados, que carga con nuestra culpas, que aun siendo inocente, está dispuesto
a liberarnos de nuestros pecados, como muestra clara de amor y de entrega, se
da por nosotros, y suple todas nuestras culpas, ese es el amor del Padre que se
plasma en su Hijo y se nos entrega a todos nosotros.
Juan vio la gracia del Espíritu Santo que bajaba sobre el
Señor, y se convierte por mandato divino en portador y emisor de la verdad, es
el que anuncia lo que tiene que venir, y como debemos estar preparados para
aceptar ese envió que se nos da en la Buena Noticia del Evangelio.
Javier Abad Chismol